Una cristiana by Emilia Pardo Bazán

Una cristiana by Emilia Pardo Bazán

autor:Emilia Pardo Bazán [Pardo Bazán, Emilia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1889-12-31T16:00:00+00:00


- XII -

Esta convicción se me impuso, y no sé si me fue grata o dolorosa. Sé que hizo en mí una especie de revolución interna, renovando aquel sentimiento de repugnancia invencible que me inspiraba mi tío, y reforzándolo con todo el desamor que creí notar en la futura esposa. A la vez me preguntaba con rabia de curiosidad: ¿Por qué se casa esta mujer?

Tres o cuatro días bastaron para convencerme de que solo la apasionada inquina de mi madre podía insinuar que en su casa trataban mal a Carmiña. Doña Andrea apenas componía papel, como no fuese el pasivo de un ama de llaves muy antigua, versada en los misterios domésticos, y bastante esclava de su trabajo. Creo que el único privilegio que disfrutaba doña Andrea en calidad de odalisca retirada, era el de sostener conversación más frecuente de lo debido con la bota del vino añejo del Borde o con la damajuana del aguardiente. Por lo demás, a la señorita de Aldao la hablaba cariñosamente, y ella a su vez mostraba confianza e indulgencia a la criada antigua. Doña Andrea no se salía jamás de su esfera propia, el gobierno interior de la casa, ni aparecía en el salón, ni manifestaba otras pretensiones más que las compatibles con su oficio. Allí la única persona que estaba fuera de su lugar, era Candidiña. Ni era señorita que pudiese alternar con la hija de don Román Aldao, ni fregatriz que viviese entre los pucheros: algo tenía de lo uno y de lo otro, y no se explicaba bien su presencia y su ambigua personalidad, admitida en la sala y excluida de la mesa. Su hermanita pequeña, más humilde, ocupaba al parecer situación distinta, sin que se justificase la diferencia.

De todos modos, era evidente que la novia de mi tío no llevaba vida de Cenicienta, ni, al contraer matrimonio, obedecía al deseo de emanciparse, de reinar en su casa, que impulsa a tantas solteras a acoger bien al primero que les dice algo de amores. ¿Pues entonces a qué? Probablemente sería a la desahogada posición, al buen porvenir indiscutible de mi tío. No podía ser otra cosa. Se casaba aquella muchacha, si no precisamente por cálculo, al menos porque no es razonable desdeñar una situación ventajosa. En esto, aunque el modo de proceder de la señorita de Aldao no me pareciese de lo más delicado y sublime, tampoco era lícito censurarlo.

Por otra parte, y convencido del verdadero móvil de los actos de mi futura tía, yo notaba en ella, al observarla diariamente, en la intimidad y franqueza que dan el próximo parentesco, la similitud de edades y la vida del campo, algo que contrastaba con los procedimientos razonables y prácticos que le atribuía. Carmiña tenía ráfagas de vehemencias y rasgos de sentimiento que delataban su natural apasionado. A ratos brillaban sus ojos, palpitaban las ventanas de su nariz y una firmeza singular destellaba en aquel rostro soñador, de ascéticas líneas. A mí se me figuraba que debajo de la superficie debía de haber fuego, y mucho fuego oculto.



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